Al Pelado, mi abuelo.

Crecí escuchando las anécdotas de las horas de charlas compartidas y los Clifton consumidos mientras soñaban un país diferente.

Mi abuelo, por esa época Jefe de los Talleres Ferroviarios en Córdoba y el médico ferroviario, que años más tarde se convertiría en Presidente de la Nación, don Arturo Umberto Illia.

Esas anécdotas me permitieron acercar a la figura de Illia desde un lugar más humano, y no desde el lugar de prócer nacional que ocupa desde hace años.

Y conocí que Illia no era sólo el ejemplo de austeridad y honradez republicana que todos honran y mencionan, no, don Arturo, como le llamaba mi abuelo, fue un estadista que puso al país en el lugar que le correspondía. Porque se preparó para ejercer la Primera Magistratura y luchó por ella, no le tocó en un sorteo ni por herencia familia.

Fue electo, de acuerdo a la normativa de la época, con el 57% de los votos y durante su gobierno eliminó las restricciones electorales y políticas que pesaban sobre el peronismo y  legalizó al Partido Comunista.

Entre sus principales medidas se cuentan la sanción de la Ley del salario mínimo, vital y móvil, Nº 16.459, que estableció el Consejo del Salario, de integración tripartita con representantes del Gobierno, los empresarios y los sindicatos. El salario real horario creció entre diciembre de 1963 y diciembre de 1964 un 9,6%. y la sanción de la Ley de Abastecimiento, destinada a controlar los precios de la canasta familiar y la fijación de montos mínimos de jubilaciones y pensiones.

Por considerarlos contrarios a los intereses nacionales y porque se habían asignado especiales beneficios a dichas empresas, trasladando el riesgo empresario a la empresa estatal Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) anuló los contratos de concesión de explotación petrolera, firmados bajo el gobierno de Arturo Frondizi con empresas privadas extranjeras.

Pero no sólo eso, impulsado por el Presidente Illia la educación tuvo un peso significativo en el Presupuesto Nacional, llevándolo del 12% en 1963 al 23% en 1965. Además se puso en marcha un Plan Nacional de Alfabetización, con el objetivo de disminuir la tasa de analfabetismo, y en el ámbito de la salud promovió la Ley de medicamentos que estableció una política de precios y de control de medicamentos y receta según medicamento genérico, fijaba límites para los gastos de publicidad, y a los pagos al exterior en concepto de regalías y de compra de insumos.

En términos económicos, la evolución del Producto Bruto Interno durante ese período fue del 10,3% para el año 1964 y el 9,1% para el año 1965. También los indicadores industriales fueron muy positivos, y la desocupación pasó del 8,8% en 1963 al 5,2% en 1966.

Si por mucho menos que eso se habla de década ganada, ¿qué debería decirse del trienio de la Presidencia Illia? No, Illia no era sólo el ejemplo de austeridad y honradez republicana que todos honran y mencionan, no, don Arturo, fue un estadista.

Y todo esto enmarcado en un contexto internacional caracterizado por los bloques políticos y la guerra fría, y en el aspecto nacional, por la combatividad con que lo enfrentó el sindicalismo, el peronismo y los medios de comunicación, entre otros factores de poder.

Como queda claro, don Arturo fue mucho más que un Presidente bonachón y lento como lo pretendía caracterizar la revista Primera Plana dirigida por Jacobo Timerman al graficarlo con una tortuga.

Y pasado mañana se cumplen 50 años de su derrocamiento que, como dice Jairo, “pese a que son injusto, quizás sea uno de los más injustos de la historia argentina”, porque a Illia no lo obligaron a renunciar por lo que no hizo sino por lo que hizo.

Por eso recordar lo acontecido el día del golpe de Estado es un ejemplo claro en el cual debemos mirarnos los argentinos para saber por dónde debemos andar. En épocas como esta, tan convulsa por accionares delictivos de quienes deben cuidar lo que es de todos, la imagen de don  Arturo se eleva como un faro para marcar el camino a seguir.

Recuerda los hechos Marcelo Cavarozzi, en Autoritarismo y democracia, Buenos Aires, Editorial Eudeba, 2004, págs. 153-155.

En la ciudad de Buenos Aires, siendo las 5.20 horas del día 28 de junio de 1966, en el despacho del Excelentísimo Señor presidente de la Nación Argentina, doctor Arturo U. Illia, se encuentran reunidos acompañando al Primer Magistrado ministros, secretarios de Estado, secretarios de la presidencia, subsecretarios, edecanes del señor presidente, legisladores, familiares y amigos.

El señor presidente de la República se encuentra firmando un documento, mientras que un colaborador aguarda a su lado para hacerse dedicar una fotografía. En ese instante irrumpe en el despacho un general de la Nación, precedido por el jefe de la Casa Militar, brigadier Rodolfo Pío Otero, una persona civil y algunas otras con uniforme militar. El mencionado general se ubica sobre el lado izquierdo del señor presidente y pretende arrebatar una fotografía que el doctor Illia se apresta a firmar…

El presidente de la República impide con gesto enérgico semejante actitud, produciéndose entonces el siguiente diálogo:

General: ¡Deje eso! ¡Permítame…!

Varias voces: ¡No interrumpa al señor presidente!

Presidente: ¡Cállese! ¡Esto es mucho más importante que lo que ustedes acaban de hacer a la República! ¡Yo no lo reconozco! ¿Quién es usted?

General: Soy el general Alsogaray.

Presidente: ¡Espérese! Estoy atendiendo a un ciudadano. ¿Cuál es su nombre, amigo?

Colaborador: Miguel Ángel López, jefe de la secretaría privada del doctor Caeiro, señor presidente.

Presidente: Este muchacho es mucho más que usted, es un ciudadano digno y noble. ¿Qué es lo que quiere?

General: Vengo a cumplir órdenes del comandante en jefe.

Presidente: El comandante en jefe de las Fuerzas Armadas soy yo; mi autoridad emana de esa Constitución, que nosotros hemos cumplido y que usted ha jurado cumplir. A lo sumo usted es un general sublevado que engaña a sus soldados y se aprovecha de la juventud que no quiere ni siente esto.

General: En representación de las Fuerzas Armadas vengo a pedirle que abandone este despacho. La escolta de granaderos lo acompañará.

Presidente: Usted no representa a las Fuerzas Armadas. Sólo representa a un grupo de insurrectos. Usted, además, es un usurpador que se vale de las fuerzas de los cañones y de los soldados de la Constitución para desatar la fuerza contra el pueblo. Usted y quienes lo acompañan actúan como salteadores nocturnos que, como los bandidos, aparecen de madrugada.

General: Señor pres… Dr. Illia…

Varias voces: ¡Señor presidente! ¡Señor presiente!

General: Con el fin de evitar actos de violencia le invito nuevamente a que haga abandono de la Casa.

Presidente: ¿De qué violencia me habla? La violencia la acaban de desatar ustedes en la República. Ustedes provocan la violencia, yo he predicado en todo el país la paz y la concordia entre los argentinos; he asegurado la libertad y ustedes no han querido hacerse eco de mi prédica. Ustedes no tienen nada que ver con el Ejército de San Martín y Belgrano, le han causado muchos males a la Patria y se los seguirán causando con estos actos. El país les recriminará siempre esta usurpación, y hasta dudo que sus propias conciencias puedan explicar lo hecho.

Persona de civil: ¡Hable por usted y no por mí!

Presidente: Y usted, ¿quién es, señor…?

Persona de civil: ¡Soy el coronel Perlinger!

Presidente: ¡Yo hablo en nombre de la Patria! ¡No estoy aquí para ocuparme de intereses personales, sino elegido por el pueblo para trabajar por él, por la grandeza del país y la defensa de la ley y de la Constitución Nacional! ¡Ustedes se escudan cómodamente en la fuerza de los cañones! ¡Usted, general, es un cobarde, que mano a mano no sería capaz de ejecutar semejante atropello!

General: Usted está llevando las cosas a un terreno que entiendo no corresponde.

Dr. Edelmiro Solari Yrigoyen: ¡Los que somos hijos y nietos de militares nos avergonzamos de su actitud!

Presidente: Con este proceder quitan ustedes a la juventud y al futuro de la República la paz, la legalidad, el bienestar…

General: Doctor Illia, le garantizamos su traslado a la residencia de Olivos. Su integridad física está asegurada.

Presidente: ¡Mi bienestar personal no me interesa! ¡Me quedo trabajando aquí, en el lugar que me indican la ley y mi deber! ¡Como comandante en Jefe le ordeno que se retire!

General: ¡Recibo órdenes de las Fuerzas Armadas!

Presidente: ¡El único jefe supremo de las Fuerzas Armadas soy yo! ¡Ustedes son insurrectos! ¡Retírense!…

Perlinger: Señor Illia, su integridad física está plenamente asegurada, pero no puedo decir lo mismo de las personas que aquí se encuentran. Usted puede quedarse, los demás serán desalojados por la fuerza…

Presidente: Yo sé que su conciencia le va a reprochar lo que está haciendo. (Dirigiéndose a la tropa policial.) A muchos de ustedes les dará vergüenza cumplir las órdenes que les imparten estos indignos, que ni siquiera son sus jefes. Algún día tendrán que contar a sus hijos estos momentos. Sentirán vergüenza. Ahora, como en la otra tiranía, cuando nos venían a buscar a nuestras casas también de madrugada, se da el mismo argumento de entonces para cometer aquellos atropellos: ¡cumplimos órdenes!

Perlinger: ¡Usaremos la fuerza!

Presidente: ¡Es lo único que tienen!

Perlinger (dando órdenes): ¡Dos oficiales a custodiar al doctor Illia! ¡Los demás, avancen y desalojen el salón!

Diez años después el coronel Perlinger remitió una carta al Presidente Illia en la que le pedía perdón en la que, entre otras cosas según escribiera en una carta de lectores al Diario La Nación, le decía:

En una ‘presentación’ fechada en julio de 1976, que repartí profusamente y de la cual me ocupé de enviarle un ejemplar yo escribía:

Hace 10 años el Ejército me ordenó que procediera a desalojar el despacho presidencial. Entonces el Dr. Illia serenamente avanzó hacia mí y me repitió varias veces: «Sus hijos se lo van a reprochar».

¡Tenía tanta razón! Hace tiempo que yo me lo reprocho porque entonces caí ingenuamente en la trampa de contribuir a desalojar un movimiento auténticamente nacional para terminar viendo en el manejo de la economía a un Krieger Vasena.

Ud. me dio esa madrugada una inolvidable lección de civismo.

El público reconocimiento que en 1976 hice de mi error, si bien no puede reparar el daño causado, da a usted, uno de los grandes demócratas de nuestro país, la satisfacción que su último acto de gobierno fue transformar en auténtico demócrata a quien lo estaba expulsando por la fuerza de las armas, de su cargo constitucional.

Hace unos días en General Roca, Ernesto Sábato dijo a la prensa: ‘¿Sabe qué tendrían que hacer los militares después de este desastre final que estamos presenciando? Ir en procesión hasta la casa del Dr. Illia para pedirle perdón por lo que hicieron’.

El mensaje de Sábato  me ha llevado a escribirle estas líneas que pretenden condensar:

– Mi pedido de perdón por la acción realizada en 1966.

– Mi agradecimiento por la lección que Ud. me dio.

– Mi admiración a Ud., en quien reconozco a uno de los demócratas más auténticos y uno de los hombres de principios más firmes de nuestro país.

Quiero aclarar que de Ud. hacia mí sólo espero su perdón y que de mí hacia Ud. le deseo todo el bien que el destino le pueda deparar.

Saludo a Ud. con toda consideración y respeto.

Cnel. Luis C. Perlinger

El coronel Perlinger tardó diez años en reconocer su error, muchos otros aún no lo han reconocido. Ojalá que a cincuenta años de su derrocamiento como Presidente de la Nación, estemos aún a tiempo de tomar su ejemplo de republicanismo, capacidad, honestidad, honradez y hombría de bien, don Arturo lo merece y nuestros descendientes nos lo van a agradecer.

Publicado en La Reforma, General Pico.
www.diariolareforma.com.ar/2013/don-arturo/

Publicado en El Debate, Zárate.